Cuento de Cristina Falcón Falcón, cooperativista de EntreAlisios.
LA BAILADORA HA DEJADO SU CUARTO DE BAILAR
Por una extraña e interesante razón ha decidido salir a la plaza. Las paredes del cuarto se estaban estrechando como una peli de terror, o de Indiana Jones en busca del tesoro perdido (es bailadora, no experta en cine)
En esa plaza, en un banco, un señor con un sombrero negro y un rostro de piel quemada por tantos años de sudor y sol , reflexiona, mueve sus labios y su bigote color leche de cabra.
La bailadora recuerda esas meriendas con olor a tea y a helechos de dos metros con lazos rojos para el mal de ojo. Recuerda haciéndose un bigote con su cola cao de leche pasteurizada. La del brick de la familia, aunque se llamase Anita, ella sabía que eran Manolo, Conchita y sus dos hijos: Daniel y Virginia.
En esa plaza hay recuerdos, hay momentos y, sobre todo, no hay barreras. Hay múltiples perspectivas y realidades.
Y la bailadora quiere sentarse en uno de esos bancos y prestarle atención a todas las realidades. Quiere conocer y acompañar a todas las personas de la plaza, quiere bailar con sus sueños, hablar con sus manos, andar con sus proyectos, entender las lenguas maternas, saludar ladrando, hacer pompas de jabón con su resuello.
A la bailadora, le ofrecieron la mano, la sacaron del cuarto. Le enseñaron múltiples realidades. La invitaron a bailar en la plaza, donde no hay paredes estrechándose, dónde no hay barreras. Dónde se puede sacar un micrófono del club megatrix y darlo todo cantando la chica Yeyé. Donde la perrita Cala saluda con su ladrido, dónde hay muchos resuellos para hacer pompas de jabón y donde hay espacios de confianza y de respeto.
